Bretaña está llena de contrastes, olores y sabores que penentran en tus células y allí se quedan para siempre. Me fascina su naturaleza, sus gentes, sus murallas y castillos, los canales, ríos y bosques, sus pueblos y ciudades llenas de historia… y sobre todo su variedad gastronómica.
El trigo sarraceno, la clásica galette sarrasin (Galette de blé noir) o galette bretonne, sus crêpes, lo productos del mar y las ostras, las cervezas artesanas, la variedad de vinos blancos, rosados y tintos, las galletas de mantequilla (sobre todo las de beurre de baratte), los croissants o los pain au chocolat.
Pero empecemos por el principio con la primera visita a Bretaña hace 4 años. El destino en aquella ocasión fue la costa Norte con pueblos y ciudades llenas de historia y tradición: Rennes, Saint-Lo, Cancale o Dinan… Fue una experiencia muy completa de la cual aún guardo un gran recuerdo. Sobre todo el planazo de hincharme a comer ostras en las marismas del puerto de Cancale ;-)
Pero todavía quedaba mucho por descubrir en Bretaña y este año volvimos para conocer aún más en profundidad la ciudad de Rennes y desde allí viajar hacia el Sur.